El perdón de Jesús

El Sacramento del Perdón

El Sacramento del Perdón es el encuentro con Jesús, y no es una forma de hablar. Cuando nos confesamos, realmente Jesús mismo, misteriosamente, está presente a través del sacerdote.

Los Apóstoles que iban con Jesús entendieron que era alguien muy especial: conocía su corazón, les explicaba la vida como ningún otro, mandaba a la naturaleza, era realmente bueno. La única explicación que se les ocurrió sobre lo que vieron y oyeron fue: «¡Tú eres el Hijo de Dios!».

Nosotros, a través de los Sacramentos estamos continuamente cerca de Jesús, apoyados en su corazón. Él nos ayuda a seguir adelante, va sanando poco a poco nuestras debilidades, perdonándonos y consolándonos. Nosotros solos no somos capaces, con nuestra fuerza y ​ buenas intenciones, de hacer las cosas siempre bien, muchas veces metemos la pata…,

¡pero por suerte Él está ahí!

El Padre misericordioso

(Lc 15,11-32)

«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.

Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron a celebrar el banquete.

 Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. Él le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

Vivir en la verdad…

Vivir en la verdad no significa cumplir normas para tener contento a Dios. Significa conocer las cosas que Dios pone en nuestra vida para hacernos felices, y huir de las que nos hacen daño. Pero a veces no sabemos distinguirlas. Por eso existe este Sacramento. Dios nos abraza porque quiere recordarnos que nos quiere y que le necesitamos para ser felices.

Hay una paz y una alegría que sólo vienen de este abrazo de la confesión, de recibir de parte de Dios el perdón, pues nos libra del peso de nuestros pecados y nos vuelve a unir a Él. Esta es la felicidad que muchas veces nos falta.

Jesús es el buen pastor que cuida de cada uno de los que estamos aquí y nos lleva hasta su padre. Nos llama por nuestro nombre, nos protege, nos busca cuando nos perdemos, nos espera y nos quiere muchísimo. Dios nunca se cansa de perdonar, no se enfada ni nos rechaza. Nunca. El problema es que nosotros nos cansamos a veces de pedir perdón. Pero Él Siempre está esperándonos, porque no se rinde aunque lo ignoremos. La penitencia es el gran momento para buscar en ese abrazo volver a unirnos a su amor. Porque Dios es Amor.

Nos preparamos para confesarnos

Para prepararse bien a la confesión es bueno hacer un examen de conciencia, que no son deberes ni un examen, porque no se pone nota ni por supuesto, se juzga. Es un ejercicio que nos ayuda a conocernos, ver lo que nos hace daño y el daño que hemos hecho a otros. También nos ayuda a ir superándonos, a aprender a disculparnos y reconciliarnos con Dios.

Para hacer el examen de conciencia, busca un lugar tranquilo y reza una oración donde pensar en todas las cosas buenas que pasan en tu vida, y entonces dar gracias a Dios. Y luego, piensa en cuántas veces te equivocas y no das lo mejor de ti, o no respondes con amor a Dios y a los demás.

Leer estas preguntas a la luz de las Bienaventuranzas puede ayudarte:

Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos

¿Soy pobre por dentro? Es decir, ¿me conformo y paso con un simple «por qué sí» o «por qué no» o quiero entender bien las cosas que me dicen? ¿me preocupa lo que les pasa a los demás?

¿Intento renunciar a algo de lo que podría prescindir para ahorrar y así poder ayudar a los necesitados?

Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.

¿Puedo perdonar a alguien que se ha portado mal conmigo o pienso en vengarme?

¿Hablo con el Señor todos los días?

¿Voy a misa porque me obligan, para pasar un rato con mis amigos, o realmente quiero escuchar lo que Jesús quiere enseñarme en cada Eucaristía?

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

Cuando un amigo sufre por algo, paso un poco y le digo alguna frase rápida, en plan: «¡paciencia, eso pasará!» ¿O trato de animarlo y estar cerca de él?

Cuando estoy triste, ¿no quiero a nadie cerca o puedo hablarlo con mis amigos o mi familia y desahogarme?

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios

Cuando me encuentro con alguien (¿o a veces soy yo?) que molesta o hace daño a otro, burlándose de él ¿qué hago? ¿Me importa, intento ayudar? ¿me callo? o peor aún, ¿me uno yo también burlándome?

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia

¿Quiero y busco que le vaya bien a todos? ¿O solo a quién me cae bien o a “los míos”? ¿ayudo alguna vez incluso a los que creo que no se lo merecen?

¿Estoy dispuesto a abrirme a otras personas distintas a mí, o acabo juntándome con los de siempre, pasando de los que están solos o necesitan a alguien?

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

¿Siempre digo la verdad? ¿Alguna vez he robado algo? ¿respeto a las otras personas? ¿las trato con cuidado o me aprovecho de ellas?

Cuando no tengo ganas de hacer lo que me piden, ¿busco una excusa (“No puedo…”) o o ayudo de verdad? ¿Tengo envidia de los demás?

El Rito del la Confesión

(A veces puede cambiar alguna fórmula)

Empezamos diciendo:

Ave María Purísima

El sacerdote te responderá::

Sin pecado concebida 

Ayudados por el sacerdote, reconocemos nuestros pecados.

Recitamos el acto de contrición u otra oración::

Señor mío, Jesucristo!

Dios y Hombre verdadero,

Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita,

y porque os amo sobre todas las cosas,

me pesa de todo corazón de haberos ofendido;

también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.

Ayudado de vuestra divina gracia

propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.

Amén.

El sacerdote extiende sus manos a nuestra cabeza y dice:

Dios, Padre de misericordia, que reconcilió consigo mismo al mundo por la muerte y resurrección de su Hijo, y envió el Espíritu Santo para el perdón de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz-

Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Nosotros contestamos:

Amen.

Después de la absolución dirá:

Da gracias al Señor porque es bueno.

Respondemos:

Eterna es su misericordia.

El sacerdote:

El Señor te ha perdonado, puedes ir en paz.

Damos gracias

Dios te salve María,
llena de gracia
el Señor es contigo.
Bendita tu eres
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre,
Jesús.

Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra;
Dios te salve.
A ti clamamos los desterrados hijos de Eva;
a ti suspiramos, gimiendo y llorando,
en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora, abogada nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos;
y después de este destierro
muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.
¡Oh clementísima, oh piadosa,
oh dulce siempre Virgen María!

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