Semana Santa, extraña, pero Santa

Semana Santa, extraña, pero Santa

Queridos hermanos con la celebración del Domingo de Ramos nos introducimos en el núcleo del año litúrgico con la Semana Santa y de una manera muy especial con la celebración del triduo pascual.

Es verdad que las condiciones que se nos han impuesto, buscando siempre el bien común, harán de esta Semana Santa, una Semana Santa ciertamente extraña e inesperada: ¿quién nos iba a decir que nos íbamos a encontrar en una situación de este tipo?

Ahora que van pasando ya algunas semanas de este confinamiento social en el que nos encontramos, es una buena oportunidad para redescubrir algunas realidades profundas de nuestro ser Iglesia y de nuestro seguir al Señor. Una convicción firme me acompaña en estos tiempos y son las palabras del apóstol san Pablo a los romanos: «sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien» (Rm 8,28), no porque Dios quiera esta situación difícil que atravesamos, sino porque Él es capaz de sacar lo bueno y el bien también desde la dificultad y del dolor que atravesamos.

El confinamiento en nuestra parroquia nos llegó dejando interrumpidas, providencialmente, las charlas cuaresmales en las que os proponía adentrarnos, siguiendo el evangelio de las tentaciones, en la experiencia del desierto. Entonces no éramos capaces de imaginar hasta que punto íbamos a poder experimentar este desierto personal, ni el ayuno eucarístico recordando el ayuno del Señor en el desierto.

Creo que es bueno que recordemos los pasajes del desierto en la Escritura tan sugerentes para estos tiempos extraños y excepcionales que vivimos. Más todavía cuando nos adentramos a celebrar la Pascua del Señor, recordemos la celebración de la Pascua Judía que precisamente es la celebración de la liberación de Israel, no en vano Pascua significa el paso, desde la óptica judía, de la esclavitud en Egipto a la libertad en la tierra prometida, el paso del Señor por en medio de su pueblo para liberarlo. Pero esa liberación no lo olvidemos es a través del desierto, del duro trayecto durante 40 años por el desierto. También nosotros en muchas ocasiones experimentaremos como el pueblo de Israel cuando andaba por el desierto la dureza de los tiempos y también sentiremos la tentación de elevar nuestros lamentos al Señor:  

La masa que iba con el pueblo estaba hambrienta, y los hijos de Israel se pusieron a llorar con ellos, diciendo: «¡Quién nos diera carne para comer! ¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos! En cambio ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná». (El maná se parecía a la semilla de coriandro, y tenía color de bedelio; el pueblo se dispersaba para recogerlo, lo molían en la muela o lo machacaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con él hogazas que sabían a pan de aceite. Por la noche caía el rocío en el campamento y encima de él el maná).

(Nm 11,4-9)

No olvidemos que el Éxodo, que el proceso de liberación para el pueblo de Israel, fue largo y duro. En estos tiempos sintamos la urgencia de acrecentar nuestra confianza en el Señor. Desde una perspectiva de la fe, quizás no es el momento de entender qué es lo que estamos viviendo, ni mucho menos de intentar justificarlo, no, quizás el momento sea el de fiarnos en el Señor y con el salmista recordemos que:

Levantan los ríos, Señor,
levantan los ríos su voz,
levantan los ríos su fragor;
pero más que la voz de aguas caudalosas,
más potente que el oleaje del mar,
más potente en el cielo es el Señor.
Tus mandatos son fieles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa, Señor,
por días sin término.

(Sal 93,3-5)

Y tengamos muy presente en este tiempo, que el desierto, es también, sin dudas, el lugar por excelencia en el que el Señor nos conduce para hablarnos al corazón. Como nos recuerda el profeta Oseas «Por eso, yo la persuado, la llevo al desierto, le hablo al corazón, […] Allí responderá como en los días de su juventud, como el día de su salida de Egipto» (Os 2,16-17). Sí, el desierto es lugar de liberación, el lugar dónde el Señor continuamente nos conduce para que volvamos a Él, para que nos dejemos encontrar. Por eso, no nos desanimemos en esta dura travesía y aprovechemos para dejarnos encontrar por este Dios, que nos sigue recordando que es un Dios que nos recuerda y que nos dice, una vez más: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos» (Ex 3,7). Nuestra experiencia de Dios es la de un Dios compasivo, es decir que padece con nosotros; no es un Dios ajeno a nuestro sufrimiento, ni a nuestra situación concreta, sino al contrario que quiere hacerse presente en medio de nosotros.

Tendremos que aprender a reconocer el paso del Señor en el silencio y en la soledad del desierto, también como comunidad parroquial. Las puertas del templo permanecen estos días cerradas, y muchos me comunicáis, como es natural, la dureza de no poder recibir los sacramentos, conviene en estos tiempos además de participar en la comunión espiritual y de deseo, traer a la memoria y a la oración a tantos y tantos cristianos que tampoco pueden recibir los sacramentos porque no tienen sacerdotes que los puedan celebrar, y desgraciadamente no atraviesan una situación extraordinaria sino al contrario sufren esa necesidad en lo ordinario de sus vidas. Es tiempo para acrecentar este anhelo eucarístico en nuestras vidas, para redescubrir la importancia y la necesidad que tenemos de acercarnos a este pan de vida, de tal manera que cuando poco a poco recuperemos la normalidad, podamos recibir con mayor consciencia y gratitud al Señor.

Es verdad que las puertas del templo están cerradas estos días, pero ni mucho menos la parroquia esta cerrada, al contrario, su corazón late y vive con fuerza; y sigue atenta a las nuevas necesidades que en estos tiempos van emergiendo. Seguimos celebrando la eucaristía pidiendo por las intenciones de la comunidad parroquial. Hemos abierto puertas y ventanas digitales para acercarnos a aquellos que puedan encontrar mayor dificultad en estos momentos, teléfonos para escuchar las necesidades de los que nos rodean e intentar consolar y ayudar. De una manera especial a las personas mayores y a los enfermos de la parroquia, a aquellos que encuentran mayor dificultad con las nuevas tecnologías de comunicación. Y por supuesto también, nuestra Caritas parroquial que sigue abierta y que atiende silenciosamente las solicitudes crecientes que en estos últimos días van también surgiendo, al igual que el economato que en estos días sigue abierto con la colaboración de los jóvenes de las parroquias. Al igual que la catequesis, los juniors, los grupos de oración que se reinventan con los medios tecnológicos disponibles. Desde aquí también mi agradecimiento sincero a todos los que lleváis adelante tantas iniciativas.

Así, reinventándonos hemos ido concluyendo esta cuaresma que vivimos en esta clave de desierto. Y nos adentramos en la Semana Santa, ciertamente será extraña pero no dejemos que no sea Santa, algunos me pedís propuestas, materiales, pero la realidad es que hay una infinidad de propuestas y de materiales preparados para poder vivir las celebraciones desde casa, desde la liturgia hasta celebraciones familiares que nos permiten vivirla a cada uno según sus circunstancias personales y también porque no desde su gusto o afinidad, desde la web de la parroquia vamos recogiendo las iniciativas que van surgiendo y que conocemos, ciertamente que hay más. También desde la web ofrecemos una pagina para que sea más fácil encontrar el canal youtube del vaticano donde se pueden seguir la liturgia del papa, con la traducción al castellano. Por supuesto que vamos acogiendo nuevas propuestas que nos llegan e intentando, dentro de los medios que tenemos, encauzarlas y llevarlas adelante. Pero estos son tanto, tiempos para el hacer, sino quizás para repensar nuestra acción y poder reencauzarla, fortalezcámonos desde dentro y miremos hacia adelante con confianza.

Esta Semana Santa, es una oportunidad para vivirla en la Iglesia doméstica, en la familia, procurad tiempos para la lectura de la Sagrada Escritura y para ir acompañando al Señor en estos días, desde las liturgias domésticas uniéndoos por los medios de comunicación o reuniéndoos en torno a la Palabra, a alguna imagen o cuadro que os pueda resultar sugerente. Este desierto que atravesamos os debe recordar a todos el valor del sacerdocio que por el bautismo habéis recibido: por Cristo todos tenemos acceso a Dios por la fe.

Recordemos también la liturgia de la pascua judía que son celebraciones familiares en torno a la mesa y que nos pueden también ayudar a vivir con intensidad estos días, de manera especial la noche del jueves santo o la noche de la Pascua. ¿Por qué no recordar el lavatorio de los pies en nuestras celebraciones de jueves santo? ¿O cenar el cordero pascual, en la noche santa de la Pascua, con el pan ácimo realizado por nosotros? Está claro que no siempre será conveniente o posible, pero son símbolos que pueden ayudarnos a vivir con intensidad estos días.

Vivir el ayuno del Viernes Santo que se puede prolongar en el silencio del Sábado Santo hasta la celebración de la noche de la Pascua, en una cena de fiesta.

Son solo algunas sugerencias que os dejo para que pongamos ilusión, creatividad y sobre todo oración, dejémonos encontrar por Cristo, acompañémosle en estos días y que verdaderamente sean para nosotros Pascua: que podamos decir que el Señor ha pasado estos días por nuestra vida y que lo sintamos cercano a nosotros.

No nos cansemos en estos días de continuar pidiendo al Señor por las victimas de esta pandemia, por sus familiares y seres queridos, también por el resto de enfermos y personas mayores, por tantos que sufren y viven en soledad, pidamos por todos los que esfuerzan y dan lo mejor de sí mismos para detener o frenar esta pandemia.

Feliz y Santa Semana!

Luis

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